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Tipo: Exámenes selectividad
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La crisis de 1898, conocida como el Desastre del 98, se enmarca en el contexto de la Restauración borbónica en España (1874-1923), un período marcado por la pérdida de los últimos restos del imperio colonial español, especialmente en el Caribe y el Pacífico. La guerra de independencia cubana (1895-1898) fue el detonante principal de esta crisis. Cuba, una de las últimas colonias españolas, se rebeló contra el dominio español debido a la falta de autonomía política, la abolición tardía de la esclavitud y las políticas proteccionistas que estrangulaban su economía. Estados Unidos, con intereses económicos y estratégicos en la isla, apoyó a los independentistas y aprovechó la explosión del acorazado Maine en 1898 para declarar la guerra a España. El conflicto se extendió a Filipinas, donde también había un movimiento independentista, y a Puerto Rico. La superioridad militar estadounidense llevó a la derrota española en ambos frentes, culminando con el Tratado de Paz de París el 10 de diciembre de 1898. Este tratado significó la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam, que pasaron a manos de Estados Unidos. Además, en 1899, España vendió las islas Carolinas y las Marianas a Alemania, completando así la pérdida de su imperio colonial. Las consecuencias económicas del Desastre del 98 fueron profundas. España perdió sus principales mercados coloniales, lo que afectó gravemente a la industria catalana, especialmente la textil, que dependía en gran medida de las exportaciones a Cuba. La pérdida de las colonias también significó la pérdida de materias primas y mercados para la industria vasca. Sin embargo, la repatriación de capitales desde Cuba fue canalizada por los grandes bancos nuevos (Banco Hispano Americano, 1901) o existentes, lo que permitió un cierto desarrollo industrial en la península, especialmente en sectores como la remolacha azucarera, y un saneamiento de la Hacienda. Además, España buscó alternativas para la producción de azúcar, fomentando el cultivo de remolacha en la península y de caña de azúcar en Canarias. A pesar de estos esfuerzos, la economía española quedó debilitada y el país perdió su estatus como potencia colonial. En el ámbito ideológico y político, la crisis del 98 tuvo un impacto profundo. Por un lado, surgió el Regeneracionismo, un movimiento intelectual que criticaba el sistema político de la Restauración, denunciando el caciquismo, la corrupción y el atraso económico y social. Joaquín Costa, considerado la figura más destacada del regeneracionismo, denunció la incultura, la decadencia de la oligarquía y el atraso español, a la vez que propuso reformas como la modernización de la economía, la alfabetización y la lucha contra esa oligarquía. Paralelamente, la Generación del 98, compuesta por escritores como Unamuno, Azorín, Valle-Inclán y Machado, reflexionó sobre la identidad española y el atraso del país, expresando un profundo pesimismo y crítica hacia el sistema político y social. La crisis también despertó hostilidades contra el régimen oligárquico de la Restauración. Los movimientos nacionalistas en Cataluña y el País Vasco ganaron fuerza, buscando mayor autonomía y reconocimiento de sus identidades culturales. El movimiento obrero, especialmente el anarquismo y el socialismo, creció en influencia, criticando las desigualdades sociales y el sistema político oligárquico. Los partidos republicanos, por su parte, ganaron fuerza proponiendo reformas políticas y sociales para democratizar el sistema. Además, la derrota en Cuba y Filipinas generó un sentimiento antimilitarista en la sociedad, especialmente entre las clases populares, que habían sufrido las mayores pérdidas humanas. Dentro del sistema político de la Restauración, hubo intentos de reforma. Antonio Maura, líder conservador, intentó llevar a cabo una "revolución desde arriba” para evitar una “revolución desde abajo”. Promovió reformas como la modernización de la administración local y la moralización de las elecciones, aunque su gobierno terminó siendo desacreditado tras la represión de la Semana Trágica de 1909. José Canalejas, líder liberal, impulsó reformas más avanzadas, como la Ley del Candado (que limitaba la influencia de la Iglesia) y la creación de la Mancomunidad de Cataluña. También promovió legislación social, como la reducción de la jornada laboral y la regulación del trabajo infantil.
En conclusión, la crisis de 1898 marcó un punto de inflexión en la historia de España, evidenciando las limitaciones del sistema de la Restauración y generando un profundo debate sobre la identidad y el futuro del país. Aunque hubo intentos de reforma desde dentro del sistema, la inestabilidad política y el descontento social continuaron, preparando el terreno para los conflictos que marcarían el siglo XX.